lunes, 11 de mayo de 2015

Maestriar

Esto de escribir se me ha convertido en un problema y un reto a la vez. Mi meta es publicar algo cada lunes y pasé todas estas casi 168 horas que tiene una semana pensando sobre qué escribir. Tenía varias opciones y, de hecho, en mi computador tengo varios archivos cada uno con el título del tema sobre el cual escribiré. -Mis pocos lectores, por ahora, pueden sugerirme temas- Hasta hace un par de horas estaba casi decidido a escribir sobre mi otro yo en cuerpo de mujer ya que el teclado se ha convertido en mi medio de auto-catarsis en la soledad de mi caótica vivienda. Sin embargo, el viernes pasado mientras revolcaba aún más mis cosas y terminaba por hacer parecer cada vez más mi casa como zona de desastre, ya que le hace falta el toque femenino, me topé con un recorte de EL UNIVERSITARIO DE MEDELLÍN  (edición 05, mayo de 2004).


Paréntesis: desde siempre me ha gustado guardar todo aquello que estimula mi mente y más cuando  entré a la universidad y me sentía grande. Aún guardo documentos del colegio y la universidad que me gusta releer de vez en cuando.

En este recorte hay un artículo titulado “Un gran oficio detestable”* escrito por Juan Carlos Orrego. Tal artículo y otros dos más que leí en internet más el hecho de que  el próximo 15 de mayo se celebra nuevamente el día del maestro me hicieron decidirme por este tema.

El artículo de Juan Carlos Orrego me recordó mi primera publicación y que admito no fue muy bien escrita, pero en mi defensa diré que la publiqué porque de no ser así nunca habría comenzado con este blog.

El artículo se resume en tres ideas:


  1. Enseñar es una actividad de segunda y que no causa orgullo.
  2. La enseñanza la han hecho tan complicada con tantos “logros” por cumplir y tanto papeleo que se ha pedido la esencia de la misma. Y finalmente,
  3.  lo que percibe un maestro por su labor es exiguo e injusto comparado con el trabajo que le toca realizar.

No diré nada con respecto a la primera idea  puesto que lo hice en mi primera publicación mencionada arriba. Con respecto a la segunda, yo diría que es verdad. Aquí voy hacer una confesión: odio los colegios. Los odio por varios motivos pero el principal es el papeleo excesivo. Transcribo lo que dice Orrego en su artículo: “No sé qué diablos sea en infierno –el Papa ha dicho que no se trata  más que de un estado del alma–, pero creo que debe ser algo parecido a llenar un formato en el que, a cada uno de cien niños, hay que diagnosticarle su aptitud para hacer monigotes, para establecer alianzas perdurables con sus amigos, para expresar ideas recónditas relacionadas con su vidita íntima o para ‘autoevaluar’ –la palabreja está de moda– algo que todos llaman ‘su propio proceso’”. No entiendo cuál es la obsesión que hay, no solo en los colegios sino en muchas empresas también, con llenar y llenar y llenar y llenar formatos y más formatos y arrumarlos en un escritorio o meterlos en un archivador hasta que un evaluador, o como se le llame, de las normas esas de calidad venga a leerlos –si es que lo hace– y decir que todo está bien.  ¿Es necesario y, lo más importante, útil tanto papeleo? Me gustaría que en los comentarios al final de esta publicación alguien me resolviera esa duda.

La tercera idea de Orrego en su artículo habla de lo difícil que es sobrevivir con un sueldo de maestro. “…sin que muchos se quejen y pareciendo justo a otros, un licenciado debe estudiar una carrera como cualquier ingeniero y, al final, cartón en mano, se le asigna el sueldo de un técnico, un obrero o –casos hay– de un jornalero”.  Y más adelante agrega: “(el ser profesor) algo redime mi bolsillo: trabajo en una universidad; sin embargo, aun allí, donde al profesor se le ve como una estimable personalidad académica, ocurren sucesos escabrosos. Uno es que, cada vez con cifras más escandalosas, se reproduce la criatura siniestra del profesor de cátedra, un infeliz que debe estrujar lo mejor de su cerebro, facturar apenas la mitad de su trabajo y aceptar contratos que lo obligan a estarse tres meses del año con los brazos caídos”.    

Aclaremos esto de “…facturar apenas la mitad de su trabajo y aceptar contratos que lo obligan a estarse tres meses del año con los brazos caídos”. La labor docente es un trabajo intelectual que se mide por su producción y no por el tiempo que se le dedica físicamente. A los profesores se les paga por el tiempo que permanecen en sus aulas de clase y no se les reconoce la gran cantidad de tiempo extra que tienen dedicar a su labor. En otras palabras, se les paga como jornaleros, como bien lo afirma Orrego.

Además del papeleo expuesto en la segunda idea, hay que sumar el tiempo que hay que dedicarle a una clase. En mi caso personal, y supongo que muchos colegas se sentirán identificados, en ocasiones para preparar una hora de clase debo pasar dos, tres o hasta más horas de mi tiempo que no me pagan buscando, seleccionando y editando material. Me decía una colega recientemente que tiene que pasar horas buscando material para sus clases de preescolar porque sin ser licenciada en tal área, lo es en idiomas, le asignaron grupos de preescolar y sus clases nada tienen que ver con idiomas. Esta colega, licenciada en idiomas, con estudios en artes plásticas y con más de 15 años de experiencia tiene un sueldo 1.6 millones en un colegio privado.

Durante el reciente paro de maestros y que terminó de manera tan decepcionante escuché voces a favor de los maestros, pero  fueron más las voces en contra. Según algunos, los maestros se “la ganan de ojo”, “solo quieren más plata”, “no protestan para exigir que los capaciten”.  Quisiera ver estas personas dictar una clase de lo que hacen y que dure por lo menos una hora.

“En Finlandia, por ejemplo, los sueldos de los educadores están dentro del promedio de cualquier profesor europeo. Según la Ocde, el salario básico de un maestro de primaria se ubica entre 29.000 y 39.000 dólares anuales. Sin embargo, como en ningún otro país, los mejores alumnos sueñan con ser profesores y tener un docente en la familia es motivo del máximo orgullo. A sus facultades de educación solo ingresan estudiantes con un promedio de 9,5 sobre diez. Como resultado, las universidades se dan el lujo de reclutar a un 10 por ciento de todos los aspirantes.” No diré más al respecto. Si quieren leer el artículo completo en este enlace  lo pueden hacer.


Yo no me considero maestro. Simplemente soy un “teacher” y mi aporte no es mas que hacer que las personas puedan acceder a una lengua extranjera. Sin embargo, y a pesar de que mi área no es para hacer cuestionar a las personas, pues no enseño ni filosofía ni literatura, sí he llegado a la conclusión de que nuestra sociedad está muy atrasada en lo que a igualdad se refiere. Soy un gran defensor de las humanidades. Por ahí es donde se construye una mejor sociedad. No recuerdo las palabras exactas de Kundera en La Inmortalidad,   pero decía algo así como “cuando las sociedades superan la industria, pueden empezar a pensarse a sí mismas”. Nosotros estamos muy lejos de pensarnos a nosotros mismos como sociedad. Aún creemos que hay profesiones de primera y profesiones de segunda, cuando las de segunda, las humanidades, deberían ser las primeras. Hay muchos profesionales de primera que son seres humanos de tercera por falta de humanidad. 

A pesar de este panorama tan deprimente de la educación, le deseo a mis colegas un feliz día del maestro. (Y mis alumnos que lean esto que se manifiesten con algo). 

*Lo busqué infructuosamente para compartirlo con ustedes.